La lámpara de David
Reconciliación. Asistí al convincente y solvente triunfo de España en el bar ‘El Gambeo’ de Torrevieja. Una docena de aficionados veteranos, esos que han visto la etapa tenebrosa del equipo nacional cuando eran niños y recontaban los partidos de La Roja por decepciones y frustraciones continuadas. El palo del Mundial de Brasil de 2014 todavía escuece mucho. Se notaba en el ambiente. Que si Diego Costa no convence (a mí tampoco), que si Iniesta ya va cogiendo años, que si Piqué se merece o no los pitos que le acompañan allá por donde juega en la piel de toro, que si Casillas volverá a ser el de Sudáfrica… Muchos debates abiertos, con dudas razonables tras dos años de más sombras que luces. Pero todo se disipó para bien desde la primera combinación del partido. Tenemos un canario, paisano del eterno Valerón, que se ha empeñado en hacer olvidar rápido a Xavi…
Tiralíneas. Ese es el fútbol que propone David Silva. Un tipo que convierte cada control del balón y cada pase en un experimento científico porque se acerca a lo sobrenatural. Es capaz de hacer verdad lo del chiste del millón de chinos en una baldosa. Entre un bosque de piernas encuentra un punto de luz y allí la pone. Su pase cruzado a Jordi Alba en el 1-0 puso al bar en pie. Hay que celebrar que España recupere el buen gusto, la sensación de dominio, el fútbol directo y plástico a la vez. Del Bosque sólo tiene pendiente lo del delantero centro (con Morata poseemos una referencia más moderna porque el madrileño es más rápido y sabe vencerse a las bandas). Pero teniendo a Silva, Cesc, Iniesta, Isco, Koke, Cazorla, Thiago o Mata es obvio que el desodorante no nos volverá a traicionar.
El susto y el Santo. El fútbol es una cuestión de momentos. En el Mundial de Brasil fue el gol de Van Persie y el fallo de David Silva ante los holandeses, que nos llevó del 2-0 al 1-1 y a la posterior debacle. En Oviedo recuperamos la suerte. Con 0-0, Ramos se confió en un control (se rapó el pelo como Sansón y eso le hizo perder su habitual identidad intimidatoria) y el mano a mano posterior fue errado por los eslovacos. Acto seguido llegó el gol de Jordi Alba. Y luego el penalti a Diego Costa y el gol de Iniesta. Y faltaba la guinda de Iker. Sí, el gran capitán de España. Hasta 100 veces lleva luciendo con orgullo ese brazalete rojigualdo. Su paradón a Hamsik antes del descanso y el posterior a Duris (con la punta de los dedos, abajo, donde llegan pocos…) nos dan pistas fiables. Casillas vuelve a ser feliz. Ya no se siente señalado en la diana de la ignominia. Sus guantes ya no le pesan. Ahora se puede decir que vuelan de nuevo. Y sigue siendo un porterazo para la historia. No saben cómo me alegro por él…
Oviedo, chapeau. El nuevo Carlos Tartiere no se llenó como se anticipaba en la víspera del encuentro. Al final se ocuparon 23.000 de las 30.000 localidades. No le echemos la culpa a la espléndida afición asturiana. Es el reflejo de esa desazón que vivía nuestra gente tras unos tiempos de penumbra. No volverá a ocurrir. Jugando como se jugó anoche, el personal volverá a vibrar con ese equipazo que hace cinco años echó a toda España a la calle hasta lograr que por las playas hubiera más camisetas de La Roja que del Madrid, del Barça, del Valencia, del Sevilla o del Atlético. Estamos, no hay duda, en plena ‘Operación Reconquista’. Y empezó ayer, en el corazón de Asturias…