El hincha del Peñarol cumple su sueño

Vidal. ¿De qué sirve ganar la Copa América? En el mercado, a lo que se ve, de poco. Pese a que se frotaban las manos los futbolistas de Chile, ninguno de los campeones ha rentabilizado su victoria con un jugoso fichaje. Hasta ahora (aunque Aránguiz y Vargas lo siguen intentando), sólo lo ha conseguido Vidal, curiosamente el jugador que teóricamente más comprometió su reputación durante el torneo. Pese a la indisciplina y los delitos al volante de un Ferrari, el todocampista protagonizó el pelotazo del verano con su pase al Bayern. Pero el resto, nada. Ni Sampaoli. Por más que se sube al escaparate, la oferta europea no le llega al técnico argentino.

Muñeco Gallardo. Apenas un año en el cargo y ya ha depositado en la vitrina de River una Copa Sudamericana, una Recopa y una Copa Libertadores. Apenas un año en el cargo y ya ha conquistado un hito único en la historia legendaria del club bonaerense: el único integrante en ganar la Libertadores como jugador y como entrenador. Y promete ir por más. Los mejores entrenadores, los de éxito instantáneo, casi siempre son los de casa. Gallardo era y es River Plate. Y así su método llega más fácil. La importancia del ADN. No es sólo eso, pero posiblemente sí lo más importante.

Bielsa. Ocurrió en Francia, pero al instante retumbó en América. Marcelo Bielsa volvió a romper un contrato por un asunto de honor o de principios, fruto de una decepción o una palabra incumplida. Y luego, para que nadie pudiera contaminar su decisión de perversos intereses particulares, dijo que se va a su casa, que no sale de Marsella con destino a otro equipo. Y Bielsa es de los que cumple lo que dice. Pero en México, quizás por la ilusión que despierta su nombre, nadie quiso creerle. Todos los titulares de prensa, desde Chiapas a Zacatecas, lo acercan a la selección Tri, vacía de entrenador tras el intempestivo despido de Miguel Herrera. En realidad, no hablaban de otra cosa ya desde hace una semana. Pero ahora lo dan casi como sentencia.

Forlán. Tic, tac, tic, tac. Llegó el día. El hincha de Peñarol, jugando por Peñarol. Diego Forlán no le agarró cariño a ninguna de las camisetas que vistió durante su triunfante travesía por Europa y otros continentes, lejos de casa. A veces, como en el Vicente Calderón, lo dejó claro hasta de forma grosera. Goles, sí, muchos; pero besos (honestos) al escudo, sólo uno, el de Peñarol. Su equipo del alma con el que al fin ayer consiguió volver a jugar. Día de emociones en Montevideo. Ante Wanderers, en un amistoso como excusa para su presentación oficial, en el mismísimo estadio Centenario, Forlán se abrazó a su verdadera gente vestido de aurinegro. Ayer jugó por amor, no por dinero.