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No se puede evitar lo inevitable

El trágico fallecimiento de Bernat Martínez y Dani Rivas en Laguna Seca ha reabierto cierto debate sobre la seguridad en las carreras. Es positivo que desgracias tan tremendas inviten a la reflexión, aunque conviene mantener la perspectiva de los acontecimientos y asumir que no se puede evitar lo inevitable. Determinadas circunstancias de competición acarrean un alto riesgo y eso será siempre así, porque si se buscan soluciones que vayan más allá de lo razonable lo que quedará en entredicho será la propia esencia del deporte. En su día defendí como inadmisible que se siguieran disputando carreras en un circuito letal como la Isla de Man, que año sí y año también se cobra alguna vida, cuando no varias; jugarse el pellejo en condiciones irracionales no tiene nada que ver con asumir el peligro de un deporte que lo lleva intrínseco en su propio planteamiento básico.

Si buscamos los extremos, lo que carece de sentido en sí mismo es ponerse a 300 por hora en una moto. Sin embargo, esa búsqueda de los límites es el pilar ineludible que hace grandes a esta especie de gladiadores del siglo XXI. A partir de tal premisa hay que trabajar y trabajar para mejorar cuanto sea posible en materia de seguridad, que ha sido mucho en los últimos tiempos y seguro que seguirá siéndolo en los venideros. Pero insisto, como decía ayer mismo, el riesgo cero es una utopía y lo que ocurrió el domingo en California tiene mal arreglo. Atrás quedaron las arrancadas a empujón y las parrillas se han ido redefiniendo para minimizar el contacto de un pelotón, pero la posibilidad de una colisión sólo sería evitable al ciento por ciento en pruebas contrarreloj individuales. Y entonces ya no hablaríamos de carreras de velocidad, sería otra cosa.