NewslettersRegístrateAPP
españaESPAÑAchileCHILEcolombiaCOLOMBIAusaUSAméxicoMÉXICOusa latinoUSA LATINOaméricaAMÉRICA

Una Copa América contaminada y la inesperada Sor Celeste

Sin estrellas. Para el visitante extranjero, Santiago de Chile llama poderosamente la atención porque en los taxis aún suena José Luis Perales y por una obsesión contradictoria: las ganas de que llueva por el puro placer de que deje de llover (no hay postal más hermosa, con Los Andes casi encima, que Santiago recién acabada la lluvia). Pero los asistentes a esta Copa América se lo están perdiendo. La contaminación es extrema, una nube de suciedad se ha instalado sobre la ciudad, y literalmente no se ve nada. La polución no desaparece por más que se turnen en circular los autos en función del dígito en el que acaben sus matrículas. Hasta que llueva no hay nada que hacer. Y no cae una gota. La situación es tan crítica que las autoridades recomiendan no hacer deporte. Y a lo que se ve, las estrellas se han tomado el bando al pie de la letra. Están, saltan al campo, pero no hacen deporte. Pese a lo que prometía el cartel, Chile no ha disfrutado aún de una exhibición. Ni individual ni colectiva. Nadie cuida el balón, mandan las crónicas de sucesos. La copa avanza contaminada.

Uruguay. Entre los episodios de contaminación del torneo, el que más está dando que hablar en estos días es el del dedo de Jara en el trasero de Cavani. Un feo comportamiento que, aunque abundante en el fútbol, merece el castigo que se ha llevado. Lo irrisorio, si quieren hasta indignante, es el cinismo repentino de la víctima denunciante. Lo que faltaba por ver es a un uruguayo, a muchos uruguayos, a todos los uruguayos, presidente incluido, quejarse y llorar por el juego sucio y provocador de un rival. Tócate las narices María Manuela. Los inventores del otro fútbol, el manchado, convertidos de repente en bandera de urbanidad. De pendencieros a Sor Celeste. Giménez, Godín, Cebolla, Arévalo Ríos… Hala, venga.

Falcao. Se fue sin aparecer. Era la Copa América de su reivindicación, ya lo escribimos, una prueba de resurrección. Pero la deja sin un gol, ni siquiera un remate. Sólo un cabezazo, que además le retrató para mal. Giró la testa antes de tiempo y le salió picudo, en dirección al córner; un error impropio del que hace nada pasaba como mejor nueve del planeta. Falcao no está, no ha vuelto. Es verdad que nadie en la selección colombiana le ha echado un cable (no desde luego James, otro fiasco en la competición), pero su deambular por el césped ha resultado, más que pobre, alarmante.