Eugenio Figueredo, de vender coches a comprar árbitros

Eugenio Hermes Figueredo Aguirre (Canelones, 1932) es un pieza. El uruguayo es de la familia de los Grondona, Leoz y Esquivel, una de las más añejas de la FIFA Nostra. Fue nueve años presidente de la Asociación Uruguaya de Fútbol, y durante su mandato ningún seleccionador de Uruguay que comenzó las fases de clasificación para el Mundial pudo terminarlas. Tenía poder. Y cara sobrada para abusar de él. El 2 de septiembre de 2000 Chile y Colombia jugaron en Santiago un partido de clasificación para el Mundial 2002. Los árbitros eran uruguayos: Gallesio, el principal, ayudado por los líneas Costa y Meneses. Bello era el cuarto árbitro. Según contó Gallesio a El País de Uruguay, Figueredo llamó a Bello y le pidió que arreglasen un empate entre Chile y Colombia, ya que eso ayudaba a la clasificación de Uruguay para el Mundial de Corea y Japón. Pero Gallesio avisó a sus compañeros: “Al que no sea honrado le rompo los dientes”, les dijo. Colombia ganó 0-1. Era el resultado que menos convenía a Uruguay. Fue el último partido de Gallesio, que quince días después perdió la escarapela de árbitro FIFA.

Figueredo era en su juventud vendedor de coches, pero en el alambre. Para comprar uno tenía que vender el anterior. Luego pasó a negocios más gruesos. Todos ya en el fútbol. Le dieron dinero. Tanto que compró mansiones en Los Ángeles por valor de cinco millones, y también un ático en Punta del Este. Parte de esta fortuna la ha tramitado a través de titular de una empresa fantasma en Panamá llamada Brikford Overseas S.A. En ese país se deja asesorar por el despacho de abogados Mossack Fonseca & Co, que ha tenido pleitos por blanqueo. Figueredo, que cayó en la redada de Zúrich y está en prisión incomunicada en Suiza, tendrá que declarar por los cargos de corrupción que le imputa la fiscal Lynch. En su caso, como expresidente de la CONMEBOL y presidente del Comité Organizador de Brasil 2014. Además, ha de responder por mentir en la solicitud de ciudadanía norteamericana y en su declaración de impuestos en EE UU, el paraíso de los coches de segunda mano. A sus 83 años, yo aún le veo capaz de montar un concesionario en América, la tierra de las oportunidades.