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Las bicicletas se dopan

Estamos ante un nuevo escándalo en el ciclismo: el dopaje tecnológico. Yo sí creo en su existencia. El ciclismo es un deporte que lucha por cada segundo hasta extremos insospechados. Ahí tenemos las contrarreloj: ruedas lenticulares, manillares especiales, cascos aerodinámicos, maillots y culottes adheridos a la piel... Y luego está cuanto no se ve: pruebas en los túneles del viento, motorización de los vatios con que se debe afrontar cada cuesta, análisis exhaustivo del recorrido para no dar una pedalada de más... El ciclismo acaba siendo una ciencia. ¡Como para desperdiciar la ayuda de un motor que, por minúsculo que sea, asegura ir aunque sea sólo un kilómetro más por hora durante unos cientos de metros!

En el deporte no es que valga todo, pero se intenta. Hasta de un simple tornillo se han sacado ventajas en la Fórmula 1, lo cual fue después objeto de sanción. Si a uno le ofrecen ese motorcito tan minúsculo como un stick USB, o lo coge o lo denuncia. Como no habido denuncias, se supone que lo cogen. ¿Que es caro? Según. ¿No se pagan auténticas barbaridades por un tratamiento de EPO? Esto, al fin y al cabo, es quizá hasta más eficaz y no daña la salud. Los motorcitos, como dice L’Equipe, existen, porque se han fabricado. Y si existen, es para usarlos. Si no aparecen es porque no se han encontrado. O están muy bien escondidos. O no se han buscado lo suficiente. Pues a partir de ahora habrá que hacerlo. La denuncia está ahí.