Griezmann, la madurez y el talento
En la vida de Griezmann hay un antes y un después del 21 de diciembre de 2014. Hasta aquella noche en San Mamés, el francés era el suplente de los 30 millones de euros. El segundo fichaje más caro de la historia del Atleti (Falcao costó 40, o eso dijeron) había sido titular sólo en 11 de los 25 partidos jugados y llevaba seis goles que sabían a poco, a muy poco. Simeone insistía, contra viento y marea, en convertir al jugador de banda de la Real Sociedad en un delantero que operase por el centro. La afición dudaba del empeño del Cholo y de la capacidad de adaptación de francés, el técnico le mandaba mensajitos en las ruedas de prensa y todo el mundo andaba nervioso. Todos menos Griezmann. Mientras Cerci protestaba, se dejaba llevar en los entrenamientos y pedía el adiós a gritos, él trabajó y calló. Y luego enchufó tres en Bilbao.
Desde aquella explosión, Griezmann ha sido titular en 12 de los 13 partidos del Atleti y ha marcado 11 goles, todos en la Liga, en la que fue nombrado mejor jugador de enero y podría repetir perfectamente en febrero. Sus meses en el Manzanares, cómo gestionó la exigencia de Simeone, la presión derivada su precio y el cambio de posición, han sido una demostración de madurez por parte de un futbolista que llegó con cierta fama de disperso. Es lo que le faltaba; lo único que le faltaba. Porque con 23 años, talento infinito, velocidad, desborde, gol y competitividad, el cielo es su límite. Y el Atleti es feliz galopando sobre su espalda. Esto nos lleva a escribir mil veces en la pizarra una frase que deberíamos tatuarnos en el pecho para recordar cada mañana, como Guy Pearce en Memento: “Nunca dudaré del Cholo Simeone”. Ni del talento. Sobre todo del talento.