Barral, J. J. Benítez y el ‘Viña Nela’
Curioso país este. Ágrafo hasta la desesperación. Pero de repente me tropiezo con mi paisano Toñy Yayet (en cristiano Luciano Cervera Liso) que viene de meterse, entre pecho y espalda, la novela de Carlos Barral, Penúltimos Castigos.
La edición, de Seix Barral, es vieja pero se distingue perfectamente al mandarín (véase El cura y los mandarines que, en el peculiar castellano que se emplea aquí, en Malabo, bien podría traducirse por El masa y los boys) ataviado de marinero y al mando de un velero bergantín, o algo parecido.
Tras los efusivos saludos de presentación, Toñy se mete en la biblioteca del Centro Cultural Español y cambia la novela por Caballo de Troya, de J. J. Benítez. Y es aquí donde uno se pregunta, qué extraño juju, evú, mimbiri o mukuku anda mangoneando por el planeta del idioma español, para que un escuálido annobonés dedique horas y horas a dos rostros paliduchos tan distantes de su isla, Annobón de mis entrañas, como son Barral y Benítez.
Sospecho que debe ser cosa del Viña Nela, ese infame veneno que algún avieso criminal español expulsado del mundo del vino con mayúscula, inventó y exportó masivamente en bricks a Guinea Ecuatorial. Lo he probado y puedo jurar que tras un par de tragos yo también estaba preparado para leer la Suma Teológica de Santo Tomás.