De salvador del estilo a cabeza de turco
Andoni Zubizarreta llegó al Barcelona porque Pep Guardiola, por entonces su amigo, se lo impuso a Sandro Rosell como condición para continuar en el cargo una vez Txiki Begiristain se había ido con Laporta. A Rosell Zubi no le gustaba un pelo, tampoco le entusiasmaba Guardiola dicho sea de paso, y prefería colocar a Guillermo Amor como director deportivo. Guardiola no le dio pie a negociar. Fue tan inflexible como cuando negoció el sueldo de su segundo Tito Vilanova o como cuando impuso a Jordi Roura en el staff técnico. O Zubi o nada. Fue Zubi.
Pero llegó el día en que tras ganar una Champions Guardiola decidió irse y Zubizarreta tuvo que buscar un sustituto en un tiempo récord para paliar el golpe emocional que se avecinaba a la institución. Ahí, el ‘Zubizarreta hombre de club’ primó por encima del ‘Andoni amigo de Pep’ y se tiró de cabeza a la que consideraba que era la mejor opción para pocas horas. Hizo lo que creía que era mejor para el club. Ese día fue un ídolo para la directiva. El guardián del estilo.
Lo imprevisto. Pero la apuesta por Tito se quebró por trágicos motivos. Un cáncer limitó primero su paso por el banquillo y fi nalmente tumbó al técnico catalán. A partir de ahí, Zubizarreta ya perdió pie. Anímicamente muy tocado, aunque era el que menos lo demostraba en público, tuvo que comerse muchos marrones. Rosell le recomendó a Martino y el Tata le convenció. Siguen siendo amigos cosa que no puede decir todo el mundo en Barcelona.
Gestionó lo ingestionable, la salida de Abidal y el relevo de Valdés, y luego, es innegable, se equivocó en muchas compras, especialmente en prever como encajarían los jugadores con el técnico.
Cierto es que sus palabras sobre Vermaelen (“rendimiento inmediato”) le perseguirán tanto como la confianza que depositó en Rosell.