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Orgullo de la Davis

Estamos asistiendo a una final de la Copa Davis grandiosa. Como suelen ser todas, pero esta cuenta aún con la incertidumbre del resultado y, sobre todo, con la posibilidad de encumbrar a un grande entre los grandes: Roger Federer. Las circunstancias con las que está jugando Federer hacen todavía más épica esta final. Sin llegar a estar lesionado, tampoco se encuentra en plenitud física. Se vio en el Masters, donde pagó las consecuencias de un final de temporada durísimo, en el que alcanzó ocho finales de los últimos diez torneos que disputó. Tampoco ha tenido tiempo para adaptarse a la tierra batida, algo importantísimo a juicio de nuestros jugadores, pues el cambio de pista es una de las excusas habituales para borrarse de las eliminatorias.

Federer perdió el primer punto, pero ayer contribuyó a que Suiza se pusiera por delante. Suiza vibra como nunca con sus tenistas, como lo hace Francia. Es la grandeza de la Davis, lo que la convierte en única, por encima de cualquier otro torneo. Una teoría sostiene que un tenista ya defiende a su país en los Grand Slam, incluso los Masters 1.000, pero ninguna victoria del circuito profesional es comparable a la de la Davis. No es un jugador, sino un equipo, todo un país, el que vibra y se emociona. Delmás cuenta en su crónica la minuciosidad con que Francia y Suiza han preparado la final. Eso no lo da ningún otro torneo. Por eso Federer está dejándose algo más que el alma. Ya no es sólo el título que le falta, es la primera vez que siente el aliento de su país.