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Escapar de las entrañas de la Tierra

De lo que hay bajo nuestros pies conocemos bastante menos que de la superficie de la luna. La mayor profundidad a la que se ha podido llegar —en tierra y sin usar equipos de buceo— ronda los 2.000 metros, apenas nada en el grosor total de la corteza terrestre. Las cuevas, que habían sido bocas del infierno, guaridas de monstruos o puertas a otros mundos, se convirtieron, gracias a la ciencia y a la valentía de los espeleólogos, en puntos de acceso para conocer lo que de verdad esconde nuestro subsuelo. Varias de las aventuras de Al filo de lo imposible han tenido a la espeleología y al espeleobuceo —aún más comprometido— como protagonistas, desde la Fuentona de Muriel a cuevas bajo el hielo en el glaciar Vatnajokull, en Islandia, o en el maravilloso laberinto sumergido de los cenotes en Yucatán.

Fueron expediciones que siempre aunaron una infraestructura complicada con un grado muy elevado de compromiso y dificultad, exigiéndonos estar siempre al máximo en cuanto a concentración y organización. De ahí que no deje de sorprenderme lo ocurrido en el rescate del espeleólogo español Cecilio López-Tercero, felizmente rescatado este martes después de 12 días atrapado en una cueva peruana.

Un impresionante dispositivo de solidaridad puesto en marcha por la Federación Madrileña de Espeleología ha exigido más de cien personas y un número no menos importante de medios técnicos y económicos. Por las redes sociales se está llevando a cabo la recogida de dinero para sufragar los casi 200.000 euros que han sido necesarios. También han sido decisivas las ayudas del gobierno peruano y del consulado de España en ese país andino.

Pero, una vez rescatado Cecilio, quedan muchos interrogantes sobre los que deberíamos reflexionar todos los que nos dedicamos a arriesgar voluntariamente la vida en empresas que la mayoría de nuestros conciudadanos no comparten. Casi todas ellas circulan en estos momentos en los foros. ¿Por qué los seguros de las federaciones se muestran insuficientes, por más que en los primeros momentos la aseguradora dijese que se hacía cargo del rescate? ¿No sería conveniente contar, al menos en expediciones de esta envergadura, con un protocolo de actuación para emergencias? ¿La reacción de los organismos oficiales, en concreto Exteriores y el propio gobierno de España —tan rápido y eficiente en el caso de los sacerdotes contagiados por ébola— ha sido el adecuado, o los “aventureros” (ya se sabe: “sin oficio ni profesión” según el diccionario) no merecen la misma consideración? Mientras tanto todos los que piensan que todavía merece la pena perseguir un sueño enterrado en el Amazonas pueden ayudar en la página de la Federación Madrileña de Espeleología.