Volvió Arda, volvió la fiesta
En este Atleti que ha convertido un placer olvidado (ganar un derbi) en el café de cada mañana (café delicioso, todo hay que decirlo), hay constantes que le convierten en un equipo notable: las lecciones estratégicas de Simeone, la solvencia defensiva, el balón parado y el carácter. Y hay una variable que le transforma en un equipo sensacional: Arda Turan. Lo primero le había bastado para, sin brillo, ganar la Supercopa, llegar al parón con cuatro puntos y aguantar el empate. El segundo lo cambió todo en media hora sublime, apoyado por una apuesta valiente del técnico que, con 1-1 en Chamartín, retrasó a Koke al doble pivote junto al gran Tiago y puso sobre el césped a Arda y a Griezmann. Con la boca, el Cholo predica humildad. Con los actos demuestra ambición y grandeza.
Los nervios tras el empate en Vallecas y la triste victoria ante el Eibar obviaban una cuestión mayor: no estaba Arda. Como tampoco jugó en aquella noche terrorífica de Lisboa. Y tantos meses sin verle amenazaban con hacernos olvidar el maravilloso futbolista del que hablamos. Peligro liquidado. Con él, el Atleti pasa de discutir con la pelota a emborracharse juntos, riendo hasta el amanecer. El fútbol respalda su exhibición: un remate rozando el palo, varias acciones técnicas de enseñar a los niños y un golazo. Y los gestos la engrandecen: el trote, la barba, la obvia felicidad de quien se divierte con su trabajo, la celebración de auténtico fenómeno. El ardaturanismo es esto: no son números y victorias, es molar más que nadie. Volvió Arda, volvió la fiesta. Y el Atleti vuela.