Un canto a la fe y al orgullo
Descartando el azar. Con respecto al fracaso de España en este Mundial no puedo comprar la versión de los protagonistas referida al azar, a la confluencia planetaria, a que el deporte es así. La coincidencia de un día aciago en tantos jugadores de tanta categoría no puede ser una cuestión aleatoria. Que hubiera causa común o no a ese bloqueo general es otra cuestión, pero no salen las cuentas sobre ese resultado si el partido se preparó de manera impecable durante los cuatro días libres anteriores, si no medió exceso de confianza o si la condición física y psicológica del equipo era la correcta desde el primer día. Los días malos son tan esporádicos entre los mejores que en el terreno de los probabilidades son más habituales en frecuencia los cometas o los eclipses que el hecho de que ocho jugadores de esta Selección actuaran a un nivel tan lejano al que habitualmente les corresponde.
La fuerza de la estirpe. La presencia de Serbia en la final es un canto a la fe, el orgullo, al carácter y la confianza en una estirpe, en una manera de poner el baloncesto en un nivel paralelo a la propia vida. La programación y la planificación del equipo balcánico le concedió el valor justo a la primera fase, optimizar la puesta a punto de jugadores clave como Teodosic y Krstic sobre la suma de triunfos que no eran en ese momento tan imprescindibles, una vez aseguradas las victorias contra Egipto e Irán. El equipo de Djordjevic compareció con una coraza mucho mejor estructurada para las eliminatorias. En un camino de obstáculos considerables el nivel baloncestístico de Serbia ha sido sobresaliente, con sus holgadas victorias contra Grecia y Brasil y el manejo de los peores momentos en el último cuarto de la semifinal contra Francia.
El mérito de Francia. Un equipo bien construido, un pegamento caro, no se quiebra con facilidad. Una formación geológica de arraigo, aunque choque con otro cuerpo más duro, con un mineral de alta clasificación en la escala de Mohs, no acaba hecha añicos. Así es la Francia de Collet. Con una máxima desventaja de 18 puntos y estando 15 abajo, el conjunto galo se desperezó con 39 puntos en el último periodo, y una serie de 9 de 12 en triples. Se agarraron al parqué y hubo que arrastrarlos para sacarlos. El equipo más esforzado y explotado del Mundial.