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La etapa del vacío: “Papá, ¿dónde está Miguel Indurain?”

“Papá, ¿dónde está Miguel Indurain?”. Aquel niño no encontraba a su ídolo entre los ciclistas que tomaron la salida en Cangas de Onís el 21 de septiembre de 1996. El pelotón rodaba hacia el Parque de Cabárceno, que hoy vuelve a ser meta de la Vuelta. Allí ganó el italiano Biagio Conte, pero a nadie le importaba. Durante aquella jornada, que José Miguel Echávarri bautizó como “la etapa del vacío”, solo se hablaba de la retirada de Indurain, que el día anterior había dado sus últimas pedaladas oficiales.

Cuando aquel niño le buscaba, Indurain ya estaba lejos. Había salido de Cangas a las 7:10 de la mañana. Tomó un coche a Santander, luego un avión a Madrid, otro vuelo a Alicante y otro coche a Benidorm, donde le esperaban su mujer, Marisa, y su hijo de diez meses Miguel, hoy ciclista amateur.

Los dirigentes del Banesto habían obligado a Indurain a correr la Vuelta. No estaba preparado. Ni motivado. Aun así no iba mal, hasta que en el Naranco perdió un minuto con Alex Zülle. Seguía tercero, a 2:04.

Pero al día siguiente le aguardaban los Lagos de Covadonga. Cuando Rominger atacó en el Fito, el puerto anterior, se descolgó. “Sigue tú”, instó a Marino Alonso, el único ciclista que le acompañó en sus cinco Tours. Indurain se acercó al coche de Eusebio Unzué: “Tengo las piernas como tablas. Me bajo”. El técnico le dio instrucciones: “Haz el descenso y te quedas en el hotel”. Allí, en el km 153 de la etapa, a dos de Cangas, le esperaba el mecánico Pedro López, que le dirigió al Hotel El Capitán. “Quizá es el final”, auguró.

Luego corrió algún critérium, uno de ellos en Valencia, el 3 de noviembre. ‘Guárdela por si es la última’, tituló AS ese día junto a una gran foto. Lo fue. En otro hotel, en Pamplona, Indurain leyó un comunicado dos meses después: “Hoy, 2 de enero de 1997, quiero anunciar mi retirada del ciclismo profesional...”.