Al seguidor madridista le gusta que le regalen el oído diciéndole que su equipo es el mejor del mundo, de la galaxia y que esta vida no sería la misma sin el Real Madrid. No hay ánimo de crítica en esto. El Madrid es el número uno en títulos, dinero, patrimonio, afición, peñas, venta de camisetas... No hay nada igual. Ante ese poderío está el Atlético, que ha resistido con hombría ser el hermano pobre. Lo ha hecho a su manera. Con grandes futbolistas (imposible tenerlos tan buenos como el rival), con magníficos entrenadores (no de la talla de los suyos) y con una afición que siempre mostró ese orgullo de pertenecer a un club diferente y especial. En las victorias y en las derrotas, amigos, ahí no hay color. Ante tanta magnimidad del rival, el Atlético sí se ha dado algún gusto importante. Y algunos en el Bernabéu. Yo podré olvidar alguna fecha importante de mi vida, pero no cuando Futre hace años o Koke hace poco tomaron el santuario.
El Atlético apela al espíritu de Gabi: trabajar y callar, apretar los dientes, decirles lo que le gusta escuchar (que son mejores, tienen al mejor portero, defensa, media y delantera) y que es imposible siquiera pensar en la proeza. Existe una remota posibilidad de que el bueno de Gabi levante dos trofeos en pocos días y en el Calderón: el viernes y el sábado 30. Por el primer trofeo, Gabi y los suyos pelearán lo indecible. El segundo ya lo ganaron imponiéndose durante 10 meses al mejor equipo del mundo y de la galaxia. ¡Orgullo de campeón!.