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Hermoso trofeo, mala obsesión

El Balón de Oro es un premio por definir y la indefinición condiciona a sus votantes: unos (muchos) eligen al mejor jugador del mundo y otros (pocos) al mejor de la temporada. Por esta razón, Ribéry no fue el último ganador, como él esperaba por los trofeos conseguidos con el Bayern (todos), y por ese motivo Messi (4) y Cristiano (2) se reparten los últimos seis galardones, incluido el de 2010, cuando España fue campeona del mundo.

Si la elección atendiera al lógico criterio de premiar cada año al futbolista más influyente, Sergio Ramos estaría este año en la carrera por el Balón de Oro, sin duda, acompañado de Cristiano, Di María, Diego Costa, Godín o Koke, futbolistas, todos ellos, que han influido decisivamente en los éxitos nacionales y continentales de sus respectivos equipos.

Sin embargo, el palmarés nos indica que importan más los goles que los títulos, los pies que los cerebros, razón por la que los defensas y centrocampistas parten en clamorosa inferioridad de condiciones, no digo ya los porteros, pobres parias.

No todo está perdido, no obstante. Sergio Ramos tiene una opción de levantar la gran pelota dorada el próximo mes de enero. Pasa por que España gane el Mundial con un gol suyo, preferiblemente en el minuto 92, y por marcar goles estratégicos e igual de agónicos en los días previos al cierre de la votación. No lo voy a negar: también ayudaría una imitación de Blatter, estilo Chiquito, así como la participación de Cristiano y Messi en Gran Hermano XXIII, de septiembre a diciembre. Entonces habría una oportunidad, si acaso un par.