El beso eterno de Iker Casillas
Iker falló en aquel balón que golpeó Godín. Lo sabía. Lo lamentó al momento. Era una mala salida porque el remate del uruguayo de espaldas a la portería no llevaba demasiado peligro. Y el balón entró. Alguien me dijo una vez que cuando Iker cometía un error nunca repercutía en el marcador porque su equipo acababa ganando. Casillas ha cometido muy pocos errores así que pasó toda la segunda parte, seguro, intentando olvidar lo que había pasado mientras se angustiaba con el gol del empate que no llegaba. Y llegó en el minuto noventa y tres de partido, en un cabezazo de Sergio Ramos, otro de los capitanes del equipo, un futbolista sin el que no se puede entender la consecución de la Décima.
Por todo esto, por todo lo que Iker Casillas ha pasado durante todo este tiempo, agarró a Ramos en el descanso antes de la prórroga y le dio un beso infinito. Era gratitud. El chaval que vino de Sevilla le había evitado el disgusto de su carrera y tendrá que agradecérselo durante toda su vida. Para Casillas es la tercera Champions. La Décima es otro momento culminante en su larga carrera. Ya ha levantado como capitán todos los trofeos posibles. De ahí ese beso a Ramos. Eterno.