Un día de nervios, blasfemias y una promesa religiosa
Juan C., un excelente doctor y buen amigo madridista ya desaparecido, padecía tanto en los partidos comprometidos del Madrid que se encerraba durante la transmisión en el baño de su casa, ponía a toda pastilla música clásica en un transistor y se ponía con denuedo a limpiar los zapatos de toda la semana. Al acabar la faena temía salir de su encierro por si oía “ gol” en contra o alguien le daba una mala noticia.
Sin llegar a tanto, estoy en un suspiro. Al no tener entrada he venido a Sevilla con mi libro para huir del agitado mar futbolístico de Madrid en donde, aunque no quieras, estás zambullido en dudas, nervios, ofertas de porras sobre el resultado de la final, bromas de gente tan insensatamente insensible a la importancia de lo que está en juego para un hincha, que te acaban poniendo de mal humor.
En provincias es diferente. La fiebre no hace estragos en la población, afecta a menos individuos, en Sevilla, además, te mueves entre otras pasiones. La euforia de los sevillistas, que están de tan buen humor que nos desean simultáneamente que ganemos tanto a los madridistas como a los atléticos, y el injusto calvario de los béticos que, aunque siempre con moral, están más fatalistas.
Una joven de la editora me pregunta ingenuamente que, pareciendo yo una buena persona, si me importaría mucho que el equipo más débil (el Atlético) se impusiera al más fuerte y sobrado (el Real Madrid). Mordiéndome la lengua, soy diplomático, he pensado: “Señor, perdónala porque no sabe lo que dice” (¡Permitir que se te escape la X! ¡Qué blasfemia!) . Y dado que estamos en lo religioso, agarrándome a un clavo ardiendo, he pensado hacer una promesa a la Virgen de Fátima o la Macarena. La haré, pero ¿y si un par de atléticos hacen una promesa aún mayor que la mía? Jesús, qué agobio y qué angustia...