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El riesgo del error es la esperanza

El GP de Mónaco es especial por muchos motivos, pero fundamentalmente por su circuito. El trazado más corto y más lento de la Fórmula 1, tan diferente a las grandes obras de ingeniería que se han ido incorporando al campeonato en los últimos años, faraónicas, pero carentes de personalidad. En Montecarlo no hay sitio para casi nada, una ciudad con puerto no es, obviamente, el escenario ideal para montar una pista de velocidad. Por no haber, apenas hay espacio para los coches, obligados a apurar al límite cada centímetro de asfalto en busca de la máxima velocidad. Tampoco, claro está, hay grandes escapatorias para minimizar los errores, sólo un guardarraíl capaz de acabar con las ambiciones de cualquier piloto a las primeras de cambio.

Así que equivocarse en Montecarlo se paga muy caro, más que en ningún otro circuito. Fallar en la trazada o en la frenada se traduce en un toque casi seguro con las protecciones y las consecuencias suelen ser un coche dañado que pone fin a la carrera del afectado. Una circunstancia que aporta emoción e incertidumbre, porque nadie está exento de ese riesgo, y que se antoja como una de las pocas esperanzas para que Alonso consiga un buen resultado en el Principado. El asturiano ya nos ha explicado que no esperemos milagros de su Ferrari (aunque ha empezado mejor de lo previsto) así que sólo nos queda confiar en que él tenga más acierto o fortuna que los demás en caso de que se produzcan incidentes. Es la triste realidad a la que nos ha empujado la incapacidad de la escudería: a aguardar el error de los demás para pescar en río revuelto. Y Mónaco, ya sabemos, es el lugar ideal para que algo así pueda ocurrir.