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Sobre una final memorable

José Mourinho llegó a decir que para el Barcelona, jugar aquella famosa final de la Champions en el Bernabéu (la que ganó su Inter al Bayern de Van Gaal) era una obsesión. Utilizando el mismo símil, la de Lisboa es una obsesión para el Real Madrid hasta tal punto que creo que se nos olvidó que en el proceso de llegar a jugarla se podía haber ganado el triplete. Como si el triplete pesara menos que la Décima. Bendita obsesión, porque para ganar la Décima hay que ganar nueve antes. Pero a lo que Mourinho se refería es que, a veces, una obsesión es un obstáculo insuperable.

Para el Atlético de Madrid, me da que la Champions es la guinda del pastel. Ciertamente acabaría con fantasmas de los años 70, pero no conseguirla convierte una temporada que podía haber sido alucinante en algo extraordinario. Eso, dicen los psicólogos deportivos, aligera la mente y las piernas con un beneficio de cara al partido. Y una tercera sensación. Ayer me preguntaron si este era el partido más importante de la historia del fútbol español. Y la respuesta debería ser que sí, pero, ¿por qué me da que ha habido Clásicos más impactantes y finales con mayor tensión?