Los equipos tienen alma, pero está en la grada, no en el palco
No es el único equipo que lo hace; recuerden cómo el Madrid despidió a Vicente del Bosque. Y cómo despidió luego a Jorge Valdano. No nos olvidemos tampoco de cómo el mismo equipo despidió en su día de Alfredo Di Stéfano, que halló consuelo con Ladislao Kubala, al que el eterno rival también sacó a las tinieblas exteriores como si no hubiera sido, como el madridista, un héroe de su tiempo. Los equipos tienen alma, pero está en la grada, no en el campo.
No es el único equipo que lo hace, pero es mi equipo, y eso duele como si te lo hicieran a ti mismo. Recuerdo que la última vez que me indignó la manera desmañada de despedir del Barça fue cuando largaron a Andoni Zubizarreta, el mejor portero desde Ramallets, y el mejor hasta Víctor Valdés, al que ahora no se sabe si fueron despidiendo o se fue solo. La expulsión de Johann Cruyff de los honores que le había otorgado Laporta me pareció el ensañamiento de una innecesaria humillación vengativa, pero ya Cruyff no era futbolista, y formaba entonces parte de un entorno tan polémico como el propio Laporta.
Lo que ha ocurrido, lo que está ocurriendo, con Gerardo Martino me parece una de esas exageradas bofetadas que el Barça podría ahorrarse para no parecer en la realidad lo que es en los estatutos empresariales: una empresa con el alma robada a la grada. Que al final de una temporada en la que el entrenador rosarino ha tenido que arrostrar la dificultad del Barça para sobrevivirse, en medio de lutos y de luchas, de lesiones y de otros martirios públicos o personales, escenificara el mismo Zubizarreta este fusilamiento al mediodía, exponiendo el trofeo Luis Enrique como sustitutivo del (entonces aún más claro) fracaso Tata, me parece una de las más oprobiosas escenas de nuestras décadas de aficionados al equipo azulgrana.
Lo que ha venido después es para echarse a temblar, pues fue el preludio de una recuperación de la figura de Martino en función de esas casualidades que se parecen a las letras de los tangos. Cuesta abajo en la rodada, el equipo se fue recuperando virtualmente en función de los desastres ajenos, y ahora, cuando escribo estas líneas, todo depende de un hilo, cuando hacía cinco minutos, exactamente cuando Zubizarreta decidió ir a ver a Luis Enrique a Gavá, el Barça y Martino estaban desahuciados. No es por esto por lo que deseo que al final de la Liga le vaya bien a Martino, o no tan solo por eso: le deseo suerte para que luego el club tenga la decencia de despedirlo bien. A un caballero tú no lo pones en la calle de esa manera. Bueno, o sí: lo han hecho tantas veces, lo que no me esperaba era que la mano que le señalara así la puerta fuera, precisamente, la mano de Zubizarreta, para mí y para tantos una mano de tanto prestigio.