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Los rusos se fueron vivos

He tenido el privilegio de vivir en directo finales de baloncesto tremendas. De la Selección en Madrid, de los Lakers en el Staples, de la selección turca en Estambul... pero nada como lo vivido ayer en Valencia. ¿Ruido? Eso era la mascletá en un pabellón cerrado, con las consecuencias acústicas fáciles de imaginar. El Valencia se jugaba media final de la Eurocopa y había que ganar por la mayor diferencia posible, pues esta competición se dirime por la diferencia de puntos en partidos de ida y vuelta. ¡Cómo sería la cosa que ya a los 48 segundos de juego el público armó la marimorena porque los rusos habían anotado al límite del tiempo de posesión! ¡Y el marcador aún iba 0-0! Tiempo parado, revisión del video, canasta anulada y explosión de júbilo en La Fonteta.

Los rusos se dieron cuenta de qué iba a ir la cosa. Entre una defensa feroz del Valencia y un ambiente que les aturdía, cada posesión se les iba sin darse cuenta. Mediado el primer cuarto, 9-1; al final, 27-12. La capacidad ofensiva del Valencia estaba asegurada; enfrente, un rival que se estrellaba una y otra vez contra el muro que formaban jugadores y público. La diferencia ascendió a 22 puntos en el descanso; a los 30 en el tercer cuarto; de repente, en el último, todo se volvió del revés. Calló La Fonteta, silenciado el speaker por la Euroliga. Cada minuto, cada jugada pasó a ser un drama. Es lo que tiene este sistema de competición. No admite prisioneros. Si les dejas vivos te pueden matar. El Valencia no murió, pero el Kazan tampoco. Espera una vuelta de infarto.