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Adiós a un entrenador, a un padre, a un consejero...

Boskov ha sido para mí más que un entrenador. Casi como un padre, un consejero a lo largo de mi vida. Una persona muy cercana a mi familia y yo también a la suya. Nos conocimos en la selección yugoslava. Él era el seleccionador y yo, un futbolista al que convocaban por primera vez. Ahí empezó nuestra relación. Tiempo después, en 1978, me llamó para jugar en el Zaragoza, me pidió ayuda y yo no podía fallarle. Venía de ser campeón de Liga con el Fenerbahçe, pero su llamada no me hizo dudar un instante y cambié de aires. Él fue el culpable de que yo viniera a España, de que conociera esta tierra. Un año después, a él le llegó la oportunidad de entrenar al Madrid. Hubo una posibilidad de ir con él, pero a mí me pilló mayor, tenía 31 años, y me quedé una temporada más en el Zaragoza.

Recuerdo tantas conversaciones juntos, tantos momentos disfrutados. En Almería, en Génova, en Ginebra, en Marbella... Especialmente tengo en mi memoria estar juntos antes de la final de la Copa de Europa de 1992. En Wembley. Se enfrentaban el Barça y la Sampdoria, entrenada por Vujadin. Llegó el gol de Koeman y no pudo poner el broche de oro a aquella etapa en la que ya había ganado una Recopa dos años antes (1990). Nuestra relación fue inmejorable, siempre de mutuo respeto. En los últimos tiempos ya no hablábamos, me mantenía al corriente siempre por su mujer Jelena, que me contaba cómo estaba de salud. Ayer también hablé con ella. La noté entera, tranquila, y eso me alegró y me tranquilizó. Siento una tremenda pena, un gran vacío. Se va mi amigo. Hasta siempre...