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Se desmorona un pilar, queda el respeto

Hay fechas que se te quedan clavadas en la memoria. La del 19 de diciembre de 2012 es una de ellas. Estaba en el tranvía camino de la comida de Navidad que el Barça ofrece a la prensa y el teléfono empezó a arder. Se suspendía la comida, se suspendía la rueda de prensa, se suspendía todo. Tito volvía a estar ingresado. Había recaído. El club, haciendo de intermediario con la familia, pidió respeto y discreción hasta el comunicado oficial. Sus familiares más directos no conocían todavía el impacto de la noticia. La familia quería comunicarla por sí misma. Nadie deseaba que alguien se enterara por un tuit o por internet. Se nos cayó el alma a los pies. Hay días en los que te callas las noticias. ¿Quién quiere ponerse la medalla de ciertas exclusivas?

Tito luchaba contra gigantes desde hace mucho tiempo. Un pelea titánica y condenada al fracaso que algunos conocían. Pero existe todavía un halo de esperanza en esta profesión. La familia pidió el máximo respeto, la mayor privacidad y muchos compañeros se callaron lo que sabían. Hicieron bien.

La muerte de Vilanova es la muerte de un símbolo. La de un tipo legal, honesto, trabajador. Un chaval de pueblo que creció en la Masia, que no llegó al primer equipo del Barça, pero con lo que aprendió allí le sobró para jugar como profesional. Un tipo que completó el círculo de la vida. Que llegó a entrenar al niño que él fue. Que llegó cadete al Barça y que entrenó a cadetes que se llamaban Piqué, Fàbregas o Messi… a los que luego recuperó cuando eran hombres hechos y derechos que lo ganaban todo.

Es absurdo tratar de reducir la figura de Vilanova a la de un entrenador, es anecdótico vincularle a la liga de los 100 puntos. Es de idiotas pensar hoy en el fútbol. Se ha muerto un marido, un padre, un hijo, un amigo. Alguien que pidió respeto. Se nos ha desmoronado un pilar, pero el respeto será eterno. .