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Una muñeca en la cima del Chogolisa

La belleza de aquella montaña supera la de otras muchas del Karakorum aunque su altitud no alcance los míticos ocho mil metros y esa es la razón por la que fue intentada por mitos del alpinismo como el Duque de los Abruzos o Herman Buhl y Kurt Diemberger. Desde la primera vez que la vi, el Chogolisa rondaba mi cabeza con el aura de una gran aventura pero fue en el verano de 1986 cuando por fin pudimos organizar una expedición con su cima como uno de nuestros objetivos. Además, por si no fuera poco atrevimiento enfrentarse a una montaña de 7.654 m que sólo había sido escalada en una ocasión (por un grupo japonés que había utilizado botellas de oxígeno en 1958), embarqué, en todos los sentidos de la palabra, a Guillermo de la Torre para que intentase volar con su ala delta desde su cima. Además elegimos como ruta de ascensión la arista nordeste, nunca antes intentada, y en un estilo muy ligero. Como me decía hace unos días Ramón Portilla, uno de los amigos de aquella aventura, “hoy no podríamos hacerlo, no nos atreveríamos”.

Pero entonces éramos más jóvenes, y sobre todo más inexpertos, y culminamos una escalada adelantada a su tiempo y de cuya envergadura no fuimos del todo conscientes entonces. Y también Guillermo consiguió despegar, cerca de la cima, en lo que él mismo describió como “el vuelo de mi vida”. Al día siguiente de que hicieran cumbre José Carlos Tamayo y Félix de Pablos, lo lograron Ramón Portilla y Gregorio Áriz, un navarro que se había unido a nosotros después de tener un problema burocrático que le impidió ir al K2 con dos amigos y que acaba de publicar una novela, La muñeca del Chogolisa, inspirada en aquella expedición. Mientras hacían fotos y disfrutaban de la cumbre, Ramón se encontró con una muñeca. Sin duda la habían dejado allí los japoneses 28 años antes, justo la edad de Ramón por aquel entonces. Así que no dudó en querer llevársela. Pero Gregorio le convenció de que no lo hiciese para no incomodar a los japoneses.

Ramón accedió y dejó junto a ella algo muy especial para mí: el primer dictado escrito por mi hijo. Pero lo que no había ocurrido en 28 años pasó aquel verano y poco después unos británicos hicieron cumbre también, bajándose el dictado de mi hijo. Esto es seguro porque llamaron a casa para hablar con Javier, que tenía cinco años, porque estaban preparando un libro sobre su expedición. Desgraciadamente uno de ellos se mató escalando poco después y nunca pudimos hablar de aquel dictado y de lo que Áriz califica como el misterio del Chogolisa: ¿se bajaron también la muñeca japonesa o sigue allí? ¿habría que volver a por ella…?