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Y al final fue jugador de club

En aquel Clásico del 2-6 tocó fondo Sergio Ramos, todavía lateral y reducido a cenizas por Thierry Henry en tarde desdichada. Cinco años y varios cambios de peinado después, ha reconstruido felizmente su carrera desde el valor torero que un día, cuando se retire, promete probar en un ruedo. Porque, como Juanito, se siente un futbolista con traje de luces.

Las condiciones que ya paseó como campeón de Europa juvenil junto a Silva, Juanfran, Soldado o Borja Valero siempre estuvieron ahí y Caparrós supo verlas pronto. Fue su cabeza la que provocó los altibajos. “No estaba ilusionado en el comienzo de esta temporada”, confiesa. Ahora lo está. Mañana quién sabe. Pero ha ido echando raíces en el Madrid, prestando su carácter al servicio del colectivo, haciéndose jugador de club, plantándose frente a Mourinho sin la seguridad de ganar la pelea, sobreviviendo a sus calentones de récord en el campo. Hubo momentos en que la afición llegó a mirarle como la reencarnación de Pirri y otros en que pensó que su genio aconsejaba prescindir de él, aunque no tiene tantos críticos como sospecha. En cualquier caso, su nombre ya está en la mejor Selección española de la historia y de ahí su inclinación por la Décima. Porque sabe que ese es su último ochomil. Del Bosque ha de entenderlo.