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Clubes, AFE y RFEF: de la mano o nada

En los tiempos de bonanza, cuando varios de los hoy internacionales jugaban en Segunda B, la mayoría de clubes de la categoría vivían a la sombra del ladrillo y también de subvenciones del Ayuntamiento o Diputación de turno. Pero el grifo se cerró y la Segunda B necesita reinventarse o malvivir. A los empresarios (presidentes) que aún resisten les cuesta cada vez más mantener los equipos a flote. Sirva como ejemplo que sólo abrir la persiana del Camp D’Esports de Lleida un día de partido cuesta, entre árbitro, ambulancia, gastos de instalación... unos 6.000 euros. No es extraño que los 63 clubes que no son filiales —y que por lo tanto no están vinculados a la LFP— busquen fórmulas para dar valor a la división de bronce del fútbol español, curiosamente una categoría en la que se fijan en Inglaterra e Italia, países en los que reinan las ligas de suplentes o exclusivas de filiales, porque entienden que aquí en España se foguean más los chavales que allí.

Lo que pretenden en última instancia los 63 clubes es ponerle un envoltorio bonito a la Segunda B. Y una vez puesto presentarlo a una plataforma de televisión para que, pongamos una cifra, les pague 6,3 millones y así poder repartir a cada uno 100.000 euros. Eso sería como llegar a Santiago, pero el camino se recorre por etapas. Y la primera es clave: convencer a la RFEF de que afronte un cambio y unificar las necesidades de unos y otros. Porque los problemas del Tropezón (Cantabria) pueden parecerse poco a los del Sanluqueño (Cádiz).