El patinaje nos sigue siendo lejano
Cuádruples y triples, giros, saltos y piruetas, combinaciones y secuencias. Ayer todos parecíamos expertos en patinaje artístico. En juego había una medalla en los Juegos de Sochi. Una medalla en uno de los deportes que mejor dan en televisión por su plasticidad, pero de los que menos idea se tienen. Llega a ganar esa medalla Javier Fernández, y enloquecemos. Como si hubiéramos sido nosotros mismos quienes la hubiésemos ganado. Una medalla es una medalla, ¡qué caramba! ¡Ahí es nada! Aparecer en el medallero. Como en los tiempos de Paquito y Blanca Fernández-Ochoa. Pero con una diferencia. Esa medalla hubiera sido única y exclusivamente de Javier Fernández. Quien aquí le haya hecho llegar a donde está, que levante la mano.
Cuando nació Javier Fernández (1991), aquí no había Federación de Deportes de Hielo. La había de los de Invierno, donde sólo se hacía caso al esquí. Cuando se creó la de Hielo, él ya estaba haciendo las maletas para irse a vivir a Estados Unidos. Daba por concluida su etapa en la que el patinaje le sirvió de juego y después para que se fijaran en él debido a su facilidad innata con los patines. Fuera fue donde se formó y forjó. A Sochi nos llegó hecho un campeón. Todos lamentamos que ayer no subiera al podio, mas si llega a hacerlo, en dos días nos olvidamos de él. El patinaje es lo que es, y aquí resulta irrelevante. Como fue la sincro, pero hay una diferencia: la fábrica de campeonas la tenemos aquí, y en el patinaje está fuera.