El aire cansado del solitario
Había en Luis Aragonés algo del héroe cansado del Oeste, ese hombre que consume pitillos, se deja la barba a medio afeitar, y mira de reojo por si le persigue un coyote o, en su caso, un periodista. Una amiga me contó que en el tiempo en que se iban conociendo él era también un hombre dulce, o al menos raro, como ese personaje que también es hosco y solitario en la película que ahora ve todo el mundo, La grande bellezza. Un hombre raro; no triste, raro.
Él hizo que una serie de jugadores que ya están en la historia (como él) se divirtieran jugando al fútbol; como eran bajitos, decía, tenían que bajar el balón al césped, cargarse de paciencia y abrumar al contrario con la belleza (la grande bellezza) del tiqui taca. Inventó esa fórmula y no la patentó, se la dejó a Guardiola y a Del Bosque, y sobre todo la dejó como un sello suyo. Si uno atiende a su forma de ser, hosca, desconfiada, no se hubiera imaginado nunca que, cuando la selección de Del Bosque llegó a su cénit, en 2012, él dijera que se reconocía en ese equipo. Uno hubiera esperado, porque lo había hecho ya muchas veces, algún desdén, una forma veloz de desentenderse de lo que hacían otros para encerrarse en su único juguete: el secreto, la distancia.
Su aspecto le ayudó a ser como era, o viceversa. Ese pelo que parecía peinado por una mano torpe, esos ojos caídos detrás de unas gafas que parecían a medio colocar, y a medio limpiar, esa barba que raspaba si la veías aunque fuera en fotos, esa ropa que parecía hecha para él por un amigo que no lo apreciaba de veras, esos zapatones de hombre que querría quedarse en el sitio, mirando de reojo…., todo ello conspiró para que Luis Aragonés se pareciera al polvo que levantaban las cabalgadas de Gary Cooper en Solo ante el peligro, porque jamás hubiera tenido el aspecto atildado del héroe al que amaba Pilar Miró.
Ahora, como aquel Gary Cooper de Pilar, Aragonés está en los cielos; al fútbol español lo puso en los cielos; su trayectoria por los clubes y por ese conjunto parecía dibujada a contrapié, como si él lo hiciera gritando y cabreado, pero en todas partes dejó la impronta de una sabiduría que se debatía entre la dulzura secreta o recóndita de un carácter que no dio a conocer y el cabreo por tener que hablar de fútbol, cuando él fútbol se hace, no se dice.