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El poder, la gloria y la soledad de Rosell

Rosell, fin de la historia. La oscuridad presidió su despedida; su gestión queda en entredicho, como él. Sólo he visto una vez a Sandro Rosell; él bajaba de la zona vip del AVE, veníamos los dos desde Barcelona y nos juntamos brevemente cuando él se encontró con quienes le venían a buscar. Él iba sin maletín, era un ejecutivo desnudo. No sólo por eso me sorprendió la presencia de Rosell, sino por las circunstancias en que se producía ese viaje sin papeles. Esos días había surgido el agitado escándalo que ayer hizo crisis cuando se anunció que podía haber actuado torcidamente en el fichaje de Neymar. Quienes lo recibieron le hicieron sonreír, y abandonaron la estación con sigilo. Cuando empezaron a suceder las noticias oscuras sobre su gestión volvió ese momento a mi imaginación. A esas imágenes se juntaron otras: cuando apareció para despedir (mal) a Guardiola y cuando se supo que había desposeído a Cruyff de la condecoración concedida por Laporta. Soy aficionado a la historia del Barça, no a su directiva, y esos episodios me habían decepcionado como me decepcionó, hace siglos, Enrique Llaudet, cuando no me envió el banderín que le pedí cuando yo empezaba a coleccionar memoria de mi equipo. Ahora que protagoniza este episodio gris he sentido que Rosell viajaba aquel día sin papeles y sin idea de lo que iba a pasar, pero su modo de andar, su viaje al frente del Barcelona no se parece en nada a lo que yo quisiera para mi equipo. Visca el Barça, en cualquier caso.