Lo bueno, lo malo y lo triste
La mirada hacia el año que termina estaría incompleta sin la expedición de dos jóvenes canadienses al K6. Como ya escribí, lo que Raphael Slawinsky e Ian Welsted hicieron en la cara oeste de esa montaña de más de 7.000 m. me parece la actividad más innovadora, atrevida y comprometida de cuantas se han llevado a cabo esta temporada en el Karakorum y que ha merecido el premio National Geographic en la edición de este año. Abrieron una nueva vía sin ayuda exterior, cargando con todo lo que necesitaron mientras escalaban esa impresionante pared de hielo y roca de 2.500 m., documentando su llegada a la cima sin asomo de duda y regresando por la misma vía sin dejar un solo clavo de hielo ni ningún otro resto de su paso en la pared.
Su estilo limpio, atrevido y en el mayor grado de exposición y compromiso, simboliza los valores máximos a la hora de juzgar una escalada. En el reverso de la moneda, el sombrío y desagradable, está el caso Pauner, en el que la labor profesional de la revista Desnivel desveló serias dudas sobre que el aragonés hubiese hecho cumbre en el Shisha Pangma. Y demostró que en el ámbito del alpinismo es esencial una prensa rigurosa e independiente cuando la presión de las necesidades de financiación y los patrocinadores se están situando a la altura que ya tienen en otros deportes.
Contrapuestas son las emociones del trágico accidente de Juanjo Garra en el Dhaulagiri. Un amigo como él es tan imposible de olvidar como la solidaridad que demostraron, más allá de lo razonable, los que participaron en el intento de rescate, como Álex Txikón, Ferrán Latorre o Jorge Egocheaga. O los pilotos del helicóptero que lograron rescatar a otros alpinistas, pero no así a Juanjo al que no pudimos traer de vuelta a casa. Es imposible no percibir un cierto aroma a fin de ciclo en todo lo que ha acontecido este año que termina. Ese largo camino en busca de “picos inaccesibles”, como diría Mummery, donde hoy conviven los “paseos para una dama” en forma de excursiones comerciales, que abarrotan el Everest o el Mont Blanc cada verano, con impresionantes actividades como las de los canadienses en el K6. Quizás, al final de estos cien años de aventuras el círculo se ha cerrado y todo ha vuelto a sus orígenes. Si esto es efectivamente así, no podemos ser más que optimistas. Todo está por descubrir como he comprobado en mi última expedición a las Georgias. Nuevos y apasionantes desafíos esperan a quien sepa y pueda y quiera afrontarlos. Aventúrense.