Así nunca saldrá otro Molowny
A Alberto Toril le he visto siempre como quienes mandan en el Madrid le veían hasta hace tres meses: un hombre de club de comportamiento impecable cogiendo cuerpo para atender emergencias. Así comenzaron Molowny y Del Bosque, cuyo éxito en el socorro esporádico del enfermo tenía mucho que ver con el profundo conocimiento de la casa. Para eso estudiaba Toril entre el elogio general cuando ganaba y sin reproches de la afición cuando empezó a perder. Y de un día para otro, el club le quitó nueve titulares, desoyó sus peticiones de auxilio, cambió interesadamente de opinión y le dejó en la calle sin que nadie lo pidiera. Le mandaron mirar la tabla como única explicación y olvidaron intencionadamente que la cantera de un equipo grande está para dejar jugadores en el primer equipo o para dejar dinero con aquellos a los que no les da para tanto.
En un solo verano Toril regaló al Madrid de Ancelotti cuatro futbolistas (Jesé, Morata, Nacho y Casemiro) y otros cuatro a equipos de Primera (Juanfran, Álex, Mosquera y Cheryshev). Por ahí era difícil cogerle. Aguantó educadamente las embestidas de Mourinho, todas ante la Prensa, ninguna en su cara. Concluyó el curso octavo, por encima del Barça B, su termómetro. Y advirtió de un periodo de entreguerras, en el que se habían ido los mejores y estaban por madurar los emergentes. Para aguantar la transición pidió jóvenes ya horneados que ayudaran al equipo para venderlos, cuando cumplieran su misión, por más de lo que costaron. No llegaron. Tampoco ese calor que el club proclamaba sin disimulo meses antes. Y un canterano metido a maestro de canteranos, madridista para siempre, se fue del Madrid. A su relevo le traerán lo que él pidió. Ahora sí conviene.