Una cena que me supo a gloria

Evito dar el nombre para no hundirle. Pero un colega de profesión, y a la vez amigo, me dijo unos meses después de los Juegos que Mireia había pasado ya a la categoría de exdeportista de élite, que no volvería a ganar ninguna medalla más en la alta competición. Por aquel entonces, la talentosa nadadora de Badalona, que venía de superar el mal de altura ganando dos platas en la piscina de Londres, donde Phelps ponía fin a su leyenda, estaba desorientada. Sin club, sin licencia para competir, alejada de Fred Vergnoux y dedicada más a los actos mundanos que a sacrificarse en la picina, el pronóstico podía cumplirse. El Mundial de Barcelona asomaba en agosto y Mireia seguía perdida...
D ecidí apostarme una cena con él: “Volverá a colgarse una medalla”. Lo hizo. Fueron dos platas y un bronce en un Sant Jordi rendido al poder de una chica que fue capaz de sobreponerse, volver al tajo con más fuerza y mejorar a base de los estajanovistas métodos de Vergnoux. Cobrarme la apuesta me supo a gloria, aunque el perdedor no se estiró demasiado. Ahora, para que lo haga, me juego otra cena a que caerá ese oro que falta en Mundiales o Juegos en piscina larga. Atrévete, vamos.



