La cabeza, el balón y la gala

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Viaje del elogio a la crítica. Primero, el halago. Cristiano rescató a Portugal cuando ya escribíamos que tanto él como Messi tienen suerte de jugar la mayor parte del año en Madrid y Barcelona (ojo: fortuna compartida por sus respectivas aficiones). Al minuto, nos retiramos el sombrero: Cristiano marcó un gol digno de Santillana, de delantero cabeceador, lástima que le moleste tanto que le llamen “nueve”, porque eso es antes que cualquier otra cosa: un nueve largo. Para darnos la razón, Cristiano hizo temblar el larguero poco después. Con un remate de cabeza, naturalmente.

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Como no hay Cabeza de Terracota, ni Ambición de Platino, Cristiano tiene que conformarse con pelear por el Balón de Oro. El problema es que nadie conoce las bases del premio: año natural, temporada futbolera, títulos, goles o últimas sensaciones. Para añadir confusión, lo que antes se aceptaba como un trofeo opinable y subjetivo (Sammer, Owen, Cannavaro), votado por volátiles periodistas, ahora, desde la solemne intromisión de la FIFA, es un premio obligado a aspirar a una justicia que nunca alcanza.

Y por fin, el reproche. Se ha sabido que Cristiano no acudirá a la gala del Balón de Oro (lo que parece confirmar la proclamación virtual de Ribéry). Resulta evidente que es un plante a Blatter, el patoso presidente de la FIFA. Sin embargo, acudir al acto, aun intuyéndose perdedor, no hubiera sido una muestra de debilidad, sino un gesto de superioridad moral que debería fomentar el Real Madrid. El “señorío”, aquella palabra que tanto se empeñó en despreciar el mourinhismo, es un tipo de elegancia consistente en no responder con un eructo al eructo del contrario.

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