Parece indiscutible que la motivación de un deportista ganador puede verse afectada cuando la victoria desaparece del horizonte de sus objetivos. No quiero decir con esto que la pierda, es obvio sobre todo en el ámbito de la competición profesional, pero sí que se resiente. El propio Fernando Alonso ha dejado claro que para él no es lo mismo luchar por el título mundial, como empezó esta temporada a la que ya sólo le quedan dos episodios, que hacerlo por el subcampeonato, lo que le ha tocado desde que quedó constatada la superioridad inalcanzable de Vettel y su Red Bull. Pese a ello, aunque sus palabras sólo apuntan a lo que indica la lógica, no deja de sorprenderme el pundonor sin límites del piloto asturiano, otra de sus cualidades que le hacen tan especial.

En Abu Dhabi, durante las jornadas de viernes y sábado, me dio la impresión de que Alonso estaba desilusionado y desganado. Las cosas no salían en Ferrari como hubiera sido deseable y parecía que el español ya sólo esperaba finiquitar lo antes posible una campaña tan diferente a lo que había planeado. Yo asumía que fuera conformista y conservador en carrera… Sin embargo, llegó el domingo y Fernando se transformó. Salir décimo tampoco es que fuera una inyección de moral, pero lejos de rendirse se mostró siempre al ataque, agresivo, constante, valiente, rapidísimo… Y todo para acabar quinto, ni siquiera el podio estaba a su alcance. Ése y no otro es el carácter de un campeón. Su defensa de la posición ante Vergne y Massa pudo costarle un disgusto, sin embargo para Alonso no quedaba otra opción. El triunfo no estaba en juego, pero sí su hambre de conseguirlo. Y es justo lo que nunca le falta, por eso es grande entre los grandes.