La exploración es una expresión física de la pasiónSebastián ÁlvaroActualizado a 30 de octubre de 2013 20:05 CETEl sistema de navegación GPS de nuestro barco parece haberse vuelto loco pues nos indica que estamos avanzando por encima del glaciar. En realidad sorteamos témpanos que caen al mar desde glaciar Neumayer, cuyo frente ha retrocedido unos 5 Km. en poco más de diez años, como evidencian las fotografías tomadas desde satélites. Cosas del cambio climático. Le oigo decir a Hugo, capitán de Le Sourire, que este barco ha navegado casi siempre en la franja que se encuentra entre los cincuenta y los sesenta y cinco grados de latitud Sur. Vaya, precisamente ese lugar que hizo exclamar a los navegantes clásicos que “Más allá de los cincuenta grados no hay ley. Pasados los sesenta, no hay Dios”. Estamos justo en medio del Atlántico Sur, allí donde las aguas antárticas se mezclan con los dos océanos más importantes del planeta, originando las más espantosas tempestades, cuando los demonios parecen adueñarse del cielo, el mar y la Tierra. Justo en el momento que escribo esta crónica de urgencia nos estamos preparando para regresar a casa, después de haber vivido una de esas grandes aventuras tras las que volvemos a casa enriquecidos y animados por ese impulso que nos hace querer internarnos en lo desconocido. Porque, en definitiva, son las ganas de saber, a secas, lo que ha movido la exploración de la Tierra y de nosotros mismos desde nuestros orígenes. Lo que hizo expresar a Cherry-Garrard, uno de los componentes de la desgraciada expedición de Scott al Polo Sur, que “La exploración es la expresión física de la pasión intelectual” Después de casi 30 días de una durísima expedición, en la que no hemos gozado de 24 horas seguidas de buen tiempo, nos preparamos para regresar a casa. Pero nos separan de las Malvinas casi 1.500 Km. del mar más temido por los marinos… y muy especialmente por mí. Nuestro experto capitán me dice que no tengo nada que temer. “Todo es muy fácil. Básicamente se trata de impedir que el océano entre dentro del barco.” A medida que nos hemos internado en estos mares, tan tenebrosos y oscuros como el alma de los condenados al infierno, las olas han ido creciendo y nuestro pequeño velero se ha terminado convirtiendo en ese cascarón de nuez, cantado por Sabina, donde han ido nuestro corazón y nuestros sueños de viaje. Porque, en contra de lo que cantan mis amigos Sabina y Pancho Varona, yo sí he querido encontrar esas pocas islas que quedan donde naufragar. Y he vuelto a Georgias del Sur, a ese lugar donde fui feliz ya hace diez años, aunque tuviera que internarme en estos mares en los que se forjó la leyenda de esos curtidos marinos que retrataron Conrad, Stevenson o London; hombres duros capaces de soportar terribles tempestades que a los menos templados conducían al suicidio arrojándose al océano. Aquellos que hicieron cierta la afirmación de Cherry-Garrard de que es el hombre con nervios de acero el que más lejos llega.Etiquetado en:Joaquín SabinaOcéano AtlánticoOcéanos y maresEspacios naturalesAguaMedio ambiente