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La mirada del toro y la del rival

Le tomo la cita prestada a un torero de toreros, Antoñete: "Hay toros que te miran como un asesino. Otros tienen ojos de loco. Otros parecen asustados. Y los hay con mirada bondadosa, de estar predispuestos a que los torees a gusto". Un boxeador, cuando fija sus pupilas en las de su rival al subir al ring, experimenta algo parecido. Por eso Morante de la Puebla se debe sentir tan identificado con ellos. Sé que hay mucha gente que no aprueba ni a unos ni a otros, pero en esta época de exaltación de lo light me sigue produciendo una religiosa admiración que, en un ejercicio de pasión, un hombre sea capaz de medir sus fuerzas con un toro o con otro hombre. Son momentos de verdad despejada de cualquier envoltura. Aunque cueste comprenderlo, y justificarlo. Es la Suerte o la muerte de Gerardo Diego.

También sentenció Antoñete que "se torea como se es". Y Morante, entonces, no sería Ali, sino el ídolo de este, Sugar Ray Robinson. Dulce y contundente como las muñecas del imprevisible sevillano cuando mece el capote. Cuentan los toreros que cuando alcanzan el éxtasis, abandonan su cuerpo. Flotan. Y el peligro, aunque existe, se olvida. Eso les pasa también a los púgiles. Se entregan y, entonces, en la búsqueda de la perfección, llegan a veces traicioneros la cornada o el KO. Porque en los toros y en el boxeo puede existir el fraude, pero no la mentira. Sólo gana uno.