En las montañas del Océano
Espero que a la hora en que estén leyendo estas líneas, si los dioses se compadecen de nuestros errores y los inciertos pronósticos meteorológicos nos son benignos, hayamos podido llegar a la antigua factoría de Stromness. Mejor dicho a las puertas de dicha factoría, pues los barracones amenazan ruina y los huracanados vientos lanzan las chapas de los edificios en todas direcciones, por lo que las autoridades británicas de Georgias del Sur prohíben la entrada al mismo lugar al que llegó Ernest Shackleton y sus dos compañeros, Worsley y Crean, hace más de 99 años. Llegar a vislumbrar las Montañas del Océano, como también son conocidas las Georgias, nos ha supuesto una cualquier cosa menos tranquila navegación de siete días y, tras subir una montaña de la que no sabemos ni el nombre pues no aparece en nuestras cartas, nos dirigimos a iniciar la travesía tras las huellas de Shackleton.
Intentar seguir sus pasos no es un necio intento de ponernos a su altura. Nuestra tecnología, nuestros conocimientos, el equipo, las fechas, lo hacen imposible. Pero además sería un vano intento. Aquellos hombres eran superiores a nosotros, tenían menos herramientas y menos tecnología pero su voluntad y su metodología frente a los mares antárticos y la exploración polar era superior a la nuestra. Sabían trabajar en medio de la incertidumbre permanentemente, como demostraron estando más de dos años aprisionados por los hielos del mar de Wedell. Intentar dar una imagen heroica cuando aquellos hombres hicieron más con menos es, sencillamente, imposible. Embarcarse en la Nao Victoria a comienzos del siglo XVI o estar dos años a la deriva en los hielos antárticos como hicieron Shackleton y sus hombres suponía una aventura tan temeraria como ir ahora a Marte, así que no hay comparación posible. Pero recordar a aquella generación de exploradores y aventureros nos hace ser mejores, nos estimula y, sobre todo, pone en evidencia el ejemplo de que, si nos esforzamos, podemos hacer cosas grandes, podemos superar dificultades, enfrentar la adversidad, por dura que sea, y hacer cosas que a veces nos parecieron imposibles. Hay que ser resistentes y en momentos duros, como decía tantas veces Shackleton, “condenadamente optimistas”. Así que ya sabemos que no podemos ser como ellos, ni podemos ser los mejores, pero déjenme que les recuerde una cosa obvia: todos podemos aspirar a ser mejores, quizás no los mejores pero si ser mejores. Podremos quizás no alcanzar el límite, pero si nuestro límite. En definitiva, aspiro a llegar delante de la tumba de nuestro héroe polar favorito con la certeza de que su ejemplo, y el de tantos como él, nos ayudan a ser mejores personas. Ni más ni menos.