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La fuerza de la evidencia

Diego Costa es brasileño, debutó con la selección de su país el pasado marzo ("ha sido un sueño") y cuando se retire se instalará en su ciudad natal de Lagarto. Por si no fuera bastante, recordaremos a los más olvidadizos que el próximo Mundial se disputará en Brasil.

Diego Costa debe conocer la historia de Moacir Barbosa. Si no, se la habrán contado estos días. Barbosa fue el portero de Brasil en la Copa del Mundo de 1950, la del Maracanazo. Su pecado fue encajar dos goles en la final contra Uruguay. Ninguno  fue responsabilidad suya, pero el repudio de su país le acompañó de por vida. "La pena más alta en Brasil por cometer un crimen es de 30 años. Yo llevo 45 pagando por un delito que no cometí", dijo años después. En 1993 quiso visitar el hotel de concentración de la Canarinha y no le dejaron entrar. "Ese hombre trae mala suerte", se justificaron. Juan Villoro definió su desdicha con una frase: "El hombre que murió dos veces". La segunda muerte le llegó en 2000, enfermo y pobre.

La historia anterior se quedará en anécdota si Diego Costa juega el próximo Mundial con España y en la final marca contra el anfitrión el gol decisivo (el fútbol tiene estas cosas). En ese supuesto, se convertiría al mismo tiempo en héroe de la Roja y en enemigo público de Brasil, sustituto de Barbosa en el museo de los horrores del fútbol brasileiro. En tal caso, no le imagino un retiro muy placentero en Lagarto. Ya ven. Nada se puede reprochar a Diego Costa si opta por Brasil. Tan sólo el flirteo con España.