La tenacidad del ángel de sonrisa perenne
El trabajo y las cualidades traen resultados, pero la constancia y la ilusión allanan el camino. Y pocos como María de Villota tenían un objetivo tan definido desde pequeña. Esta madrileña nació el 13 de enero de 1980 con el ADN de la velocidad impreso en el libro de familia. Su padre, Emilio, fue piloto de F-1 y transmitió a sus hijos el amor por el deporte del automovilismo. Emilio Jr, María e Isabel crecieron al volante de un kart y han formado parte de las dos grandes aportaciones de su padre: la Escuela de Pilotos, primera que se creó en España (1980) para formar a pilotos o conductores y por donde han pasado todos los nombres importantes de las cuatro ruedas en nuestro país, y el Máster Júnior, certamen que nació como un paso que facilitara el salto del kárting a los monoplazas para jóvenes promesas.
Ideas firmes. Los tres vivían con entusiasmo el automovilismo, pero ninguno como María. Ella tenía claro que quería ser piloto y llegar a la F-1. Casi una locura en los años 80 y 90 en nuestro país. Pero María siempre fue muy tozuda y constante. Comenzó en el kárting y el salto a monoplazas llegó en 2000 en la F-Toyota Castrol 1300, luego vino la F-3 española, la Superleague, las Ferrari Challenge o el Trofeo Maserati y múltiples participaciones en resistencia, algunas tan importantes como las 24 Horas de Daytona. También debutó en el Mundial de Turismos, pero el objetivo de la F-1 seguía firme en el horizonte de esta licenciada en Ciencias de la Actividad Física y Deporte por INEF.
En 2011, la opción se acercó. Renault la subió al R29 y la convirtió en la primera española que se ponía al volante de un F-1. María había luchado contra los elementos y estaba a punto de ganar. Al año siguiente, Marussia la convirtió en piloto de desarrollo y la ofreció un test con el monoplaza en Duxford. María ya era piloto de F-1. El 3 de julio llegó el que iba a ser el mejor día de su vida, pero aquel que maneja las cartas del azar o el destino le tenían preparado un tremendo accidente en el aeródromo británico. Ese día, María esquivó a la muerte, pero las consecuencias fueron terribles. Perdió el ojo derecho y se enfrentó a varias operaciones y una recuperación durísima por delante.
Cualquier otro se habría venido abajo, salvo María. El sueño se había truncado subida a la rampa de salida, pero ella siguió igual. Viendo la parte positiva. Amable, educada, sencilla, activa, soñadora, luchadora, vitalista, alegre y con una mirada limpia y verdadera que acompañaba con una perenne sonrisa. Ya tenía múltiples proyectos tanto personales, fruto del matrimonio con Rodrigo, como profesionales. Ahora María nos ha dejado tras un año y medio de regalo como afirmó su familia, pero su estrella y su ejemplo perdurará para siempre en todos los que la conocieron. Descanse en paz.