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La importancia del capitán

Estrenamos capitán de la Davis. El quinto en los últimos cinco años. Los resultados, afortunadamente, no se resienten. Será porque lo importante son los jugadores, no el capitán. Aunque de esto habría mucho que hablar. La primera Davis la ganamos en el año 2000 con cuatro capitanes: Duarte, Perlas, Avendaño y Vilaró. Había tal cisco entre los jugadores (se habían negado a ir a Nueva Zelanda para jugar la permanencia, entre ellos Moyá), que para la siguiente ronda hubo que poner a sus entrenadores para pacificar el asunto. La cosa salió bien, más que nada porque hubo que jugar todas las eliminatorias en casa, que eso en la Davis es una ventaja muy grande. Así cayeron sucesivamente Italia, Rusia, Estados Unidos y Australia.

Aquello demostró que tener capitanes listos valía mucho. Vieron la ocasión, y convencieron a sus jugadores de que podían hacer historia. Por cierto, los tenistas son muy suyos. Viven, y muy bien, al margen de la Davis. Sus intereses deportivos están en los torneos, donde no sienten la presión de tener detrás a todo un país, y sus intereses comerciales los manejan sus representantes, quienes se encargan de explotar su imagen. La relación entre capitán y jugadores resulta, por tanto, delicada. El capitán no deja de ser un entrometido. Y cuanto mejores sean los jugadores, más complicado todo. Por eso el caso de España es especial. Se necesita alguien que haya pasado por esto. Para saber cuándo, cómo y qué decir a los jugadores. El modelo funciona.