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El valor de las estrellas opacas

Para que brillen los equipos tiene que haber estrellas opacas. Ayer hubo dos, entre otras: Cesc y Xavi. Esos dos futbolistas tienen en su memoria el estilo que ha convertido al Barça en un equipo cuyo estilo ya es su naturaleza. En la naturalidad del juego, en su velocidad sensata, estos medios consagran una manera de concebir la presión en ataque. Hay paciencia, no hay locura; gracias a eso, serenan el juego, ponen a disposición de las estrellas con brillo (Neymar, sobre todo) una panorámica que hace más fácil el ataque. Si ellos no estuvieran el equipo sería un embrollo lleno de azares y de ocurrencias. Xavi, cuya majestad no ha decrecido con el tiempo, dio ayer varias lecciones de apostura futbolística.

La consecuencia es un juego magnífico cuyas tachaduras fueron corregidas muy pronto no sólo por la acción de los opacos sino por el entusiasmo de Neymar, al que se sumó Alexis en uno de los mejores encuentros del chileno. La capacidad combinatoria de los jugadores del Barça responde a aquella precisión estética que garantizan los artistas opacos. El mérito se extendió no sólo al trabajo del equipo sino al partido mismo: pudo haber sido protagonizado por el árbitro, tan deficiente como culpable, y terminó siendo protagonizado por el fútbol.