Volando voy, volando vengo
Siempre que escucho esta canción, compuesta por Kiko Veneno y que Camarón incluyó en su ya mítico disco “La leyenda del tiempo”, pienso en mi amigo Ramón Morillas. Y es que la ha convertido en el himno con el que inicia y termina cada uno de sus increíbles vuelos. A veces dentro del refugio, con buena parte de los amigos de Hushé, Ramón saca su guitarra y se va “volando” por el éter del Karakorum, acompañado de improvisados palmeros baltíes. Así lo ha hecho durante nuestra última expedición en el Karakorum de la que hemos regresado hace unos días.
Como siempre, aprovechamos la calma que nos da el regreso a casa para reflexionar sobre lo que hemos vivido. Nos hemos encontrado Pakistán amenazado por una situación explosiva donde todo es posible, y casi todo malo. La región del Baltistán y Hunza, donde llevamos a cabo nuestras expediciones, la hemos encontrado empobrecida y atemorizada por la amenaza -muy real, como ha demostrado el brutal ataque perpetrado en el campo base del Nanga Parbat- de los extremistas que ha espantado el turismo, causando a sus habitantes un gravísimo daño económico.
De ahí que nuestros amigos de Hushé hayan agradecido con especial intensidad que no hayamos dejado de acudir y seguir con el proyecto de ayuda que llevamos en marcha desde hace tantos años y la visita que hemos realizado al glaciar de Charakusa auténtico epicentro mundial del alpinismo de vanguardia, donde se están acometiendo las escaladas más comprometidas y visionarias de la actualidad.
Otro de nuestros proyectos era que Ramón Morillas batiese su propio récord mundial de altitud con paramotor para llegar a la mítica frontera de los 8.000 metros. Pero los 7.800 metros de altitud, esa frontera en la orillas del cielo que sólo Ramón ha tocado, se mostraron esta vez inalcanzables por una variedad de razones que ahora estamos analizando. Desde luego, los cuatro días que Ramón pasó enfermo fueron un serio revés, al que se unió el hecho de que el régimen de vientos que tuvimos no fue el ni el más habitual, ni desde luego el más idóneo, para conseguir el reto.
Hasta en cuatro ocasiones sonó el “Volando voy…” en nuestro refugio de Hushé antes de que Ramón saliese al aire dispuesto a arañar metro a metro ese muro invisible por el que iba trepando con su ala y su pequeño motor a la espalda, no pudiendo pasar de los 7.400 metros lo que, por otra parte, nos hace valorar aún más lo que supuso haber logrado ese récord mundial. Pero ya estamos trabajando para intentarlo de nuevo la temporada que viene.
Antes aprenderemos, cambiaremos, buscaremos soluciones a los problemas detectados y procuraremos estar mejor preparados para afrontar los imprevistos que surjan. Pero, pueden estar seguros, Ramón Morillas, que en estos momentos se encuentra en los Alpes en el campeonato del mundo, bien puede decir que vive mientras va y viene volando.