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Ézaro: foto fija con ciclistas clavados

"Estoy en Santiago algunos años antes de lo previsto. Sigo planeando unas vacaciones en bicicleta para cuando me retire. Galicia es bonita!". El tuit pertenece a Laurens Ten Dam, ciclista holandés del Belkin e ilustre participante en la Vuelta (20º clasificado, a 1:12). Lo extraordinario es que lo escribió poco después de trepar por el Mirador de Ézaro, hecho que triplica el valor de su galaico enamoramiento.

Galicia quedó atrás y entre las muchas imágenes que nos deja (la salida en la batea, las Rías, la gente) destaca una tomada desde la retaguardia por un fotógrafo aficionado, allí en el temible muro de Ézaro. El desnivel del 25% no sólo nos proporciona una imagen infrecuente (descabalgar a un ciclista profesional equivale a desarmar al Coyote), sino que además nos coloca ante una situación insólita. En este caso el fotógrafo cumplió el sueño de cualquier colega, profesional o aficionado: tomarse su tiempo. El retratista pudo sacar su móvil, buscar la aplicación de la cámara, encenderla, enfocar, retirar el dedo del objetivo y disparar después. Varias veces, incluso. Tan a placer como quien pesca peces en un estanque.
Es seguro que ningún ciclista se le movió. Comprenderán que no es sencillo desclavarse de una pared antideslizante y tampoco evitar la única humillación peor que echar pie a tierra: poner "culo en flores", que diría Zülle.

Una vez asumido que la cuesta es físicamente infranqueable (80 ciclistas llegaron a 14:21 minutos), en especial si mides 1'97, como Van Summeren (119), al ciclista sólo le resta el ascenso pedestre y el disimulo rudimentario: culpar al cambio, maldito, al compañero de enfrente, torpe, o a la placa tectónica que arruga el macizo gallego, gorda.

Mito. La leyenda del ciclismo se compone de imágenes así y de cuestas semejantes. La gloria se alcanza cuando la foto ya no precisa de un pie explicativo, cuando sobra la localización porque todo el mundo la conoce: Ézaro, Galicia. Por allí pasó la Vuelta 2013 y por allí pasará Ten Dam cuando tenga 50 años. Amores que matan.