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El hombre-bote que descendió el Tajo

Rodeado de testas coronadas, nobles y acaudalados burgueses, se encontraba un invitado muy especial en las nupcias de Alfonso XII y María de las Mercedes de Orleáns: el hombre-bote. El joven monarca había querido agasajar así a un intrépido y ya famoso aventurero que visitaba España con la intención de aventurarse en el río Tajo. Pero iba a hacerlo de una manera muy particular: enfundado en un extraño traje. Se llamaba Paul Boyton y su vida había sido una continua odisea prácticamente desde que dejó Irlanda como emigrante, siendo niño, rumbo a EE.UU. Con 16 años se alistó en la marina confederada durante la Guerra de Secesión, con 18 luchó contra el emperador Maximiliano en Méjico y con 21 fue francotirador en la marina francesa durante la guerra franco-prusiana para luego irse a Sudáfrica a buscar diamantes.

De regreso a USA, colaboró en la formación del servicio de rescate de la marina, donde descubrió el invento que iba a apasionarle durante muchos años. Se trataba de un traje impermeable de caucho vulcanizado dotado de unos compartimentos que podían ser hinchados a voluntad por su “ocupante” lo que le permitía mantener la cabeza fuera del agua mientras remaba o incluso ponerse en posición vertical, hundido hasta el pecho, para descansar, consultar mapas o comer. Incluso podía poner un mástil en la suela de una bota para desplegar una pequeña vela que lo impulsase. Con él el capitán Boyton descendió grandes ríos en USA y Europa. También cruzó el canal de la Mancha, el estrecho de Mesina o la bahía de Nápoles.

Al parecer, nuestro intrépido hombre-bote recorrió más de 40.000 Km. “a bordo” de su traje de caucho. Pero Boyton también tenía un acendrado espíritu empresarial y montó un pequeño circo de atracciones acuáticas con el que conseguía dinero para sufragar sus aventuras. La que le llevó al Tajo comenzó bajo el toledano puente de Alcántara. Una carta de su admirador el rey Alfonso XII le supuso la colaboración entusiasta de las autoridades de los pueblos por los que iba pasando, que no eran muchos pues Boyton se sorprendió de la cantidad de días que pasó sin ver un alma ni una carretera ni un poste de telégrafos. Cuando por fin se encontraba con alguien, la sorpresa y el susto inicial ante aquel “monstruo” del río se tornaban amabilidad e invitaciones a compartir lo poco que tenían. Así, entre agasajos, en los que participaron hasta los presos a su llegada a Puente del Arzobispo, y algún susto por la fuerza del río, el hombre-bote llegó por fin a Lisboa 18 días después de su salida y tras recorrer 700 Km. del río Tajo donde, como recalcó el propio Boyton, no había encontrado más que gentes amables y generosas. Una aventura de las de antes.