El lujazo español en MotoGP
El debate sobre la conveniencia de la actual hegemonía española en el Campeonato del Mundo puede ser eterno, con argumentos para todos los gustos y, por supuesto, respetables cada uno de ellos. Obviémoslo, por tanto, limitándonos a decir que es lo que hay, ahora es España la primera potencia de este deporte como en su día mandaron italianos, británicos, australianos o estadounidenses. Y tengo el convencimiento de que, tarde o temprano, esto cambiará, así que personalmente me limito a disfrutar del momento, que para llevarnos disgustos de todo tipo sólo hay que poner la tele para ver las noticias o leerlas en los periódicos de información general. Dominamos en los grandes premios y perseguimos repetir el objetivo de aquel pleno de títulos de un 2010 histórico.
Yo me recreo de manera muy especial en nuestros éxitos en MotoGP. Puede que sea consecuencia de una especie de trauma profesional, de juventud, porque durante muchos de los años de mi etapa como enviado especial de AS al Mundial tuve que soportar que nuestro motociclismo, simplemente, no existiera en la categoría reina. Recuerdo como 500cc era dentro de nuestra información casi una anécdota, nombres como Sito Pons, Juan Garriga, Juan López Mella o Daniel Amatriaín no tuvieron oportunidad de despuntar con las motos ‘gordas’. La cosa empezó a cambiar con la entrada en escena de Alberto Puig y, sobre todo, Álex Crivillé, que nos dio aquel alegrón del primer entorchado del ‘medio litro’ en 1999. Pero incluso entonces resultaba difícil llegar a imaginar que llegaríamos a los privilegios actuales. Lo que Lorenzo, Pedrosa y Márquez están haciendo me parece de una trascendencia indiscutible, algo que coloca al deporte de la moto español en otra dimensión. Así que, por lo que a mí respecta, lo dicho: carpe diem…