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Bólidos USA, relámpagos jamaicanos

En el atletismo hay dos guerras mundiales: Jamaica-Estados Unidos en velocidad y Etiopía-Kenia en mediofondo y fondo. De esta última ya hablaré algún que otro día, pero ahora toca el enfrentamiento entre caribeños y yanquis. Los americanos siempre han estado ahí, primero con sprinters blancos y luego con velocistas negros. Los jamaicanos destilaron algunas gotas de gran esencia en tiempos pasados (Don Quarrie fue campeón olímpico de 200 metros en Montreal 1976, por ejemplo), pero ahora parecen casi imbatibles. Producen estrellas que no existen ni siquiera en las más grandes constelaciones galácticas. ¿Qué ha pasado? Ya sé que con los tiempos que corren alguien pensará que el éxito de la Isla de la Velocidad se debe a no sé qué brebajes mágicos. Yo no pongo la mano en el fuego por nadie, pero tampoco la quito por nadie. Usain Bolt es un portento de la Naturaleza, un gigante entre los velocistas. Si alguien podía correr tan rápido, era él.

Los velocistas jamaicanos tienen los mismos genes que los sprinters estadounidenses de color: llegaron de la costa occidental de África en barcos negreros, se criaron en plantaciones de caña de azúcar, sobrevivieron los más fuertes, ganaron la libertad, se alimentaron bien... y se convirtieron en los mejores. Jamaica, además, tiene un sistema de detección de talentos excepcional, copiado de Cuba, de forma que ninguna perla se les escapa. ¿Hay dopaje en Jamaica? Sí, como en Estados Unidos.