Un portero melancólico y fuerte
Los que escuchamos por radio aquel partido fatídico en el que el Barça sucumbió ante el Benfica sabemos que aquel fracaso nos curtió en una historia que ya estuvo marcada por los fallos de la delantera y las indecisiones de Antonio Ramallets. Pero eso no nos condujo a la desmemoria sobre su enorme capacidad para cubrir toda la portería, para hacer que sus manos fueran las de un gato seguro.
Le dio glorias al Barça en una época de grandes porteros internacionales, en la era pre Iribar. Y marcó un estilo que luego fue una lección sucesiva para Sadurni, para Pesudo... Hasta que llegó Zubizarreta no hubo otro tan potente como Ramallets, y no sólo por cómo se lanzaba o cómo se colocaba, sino porque su presencia ahí le daba seguridad a todo el equipo. Aquel fracaso ante el Benfica fue tan sólo una mancha en un traje impecable; en su uniforme hay otras condecoraciones. Él le dijo a Santi Giménez en una célebre entrevista en AS que consideraba que había sido el mejor, que ninguno fue tan bueno nunca.
Egos aparte, a mí me parece que aquella fue una declaración de principios que trataba de atajar, al final inevitable de sus días, que aquel manchón fuera ya parte de su epitafio, porque quedó en la memoria de las grandes derrotas nobles del Barça. Pero es cierto que el resultado y su actuación luego le dieron a Ramallets cierto aire melancólico que le confirió la altivez de los tristes. Pero fue fuerte, el portero más fuerte de la historia del Barcelona, de los grandes de Europa.