El dopaje no sólo va a pedales
El Tour de Francia de 1998 destapó el mayor escándalo de dopaje de la historia: el caso Festina. De hecho, muchas de las medidas para combatirlo nacieron ahí, como la creación de la AMA o el descubrimiento del método de detección de la EPO. Aquellos hechos demostraron que existía un dopaje generalizado y organizado. Y hasta me consta que muchos lo hacían con el convencimiento de que era parte de su trabajo. Que una mayoría en el pelotón tomaba esta sustancia es, a estas alturas, un secreto a voces. Por eso, sinceramente, no veo motivos para escandalizarnos tanto 15 años después. Si acaso, hoy podemos satisfacer el morbo de ponerle nombre a algunos de los implicados, que no a todos.
A mí siempre me indignó más lo que vino después, porque el pelotón no captó el mensaje y siguió erre que erre. Especialmente obsceno me pareció el ejemplo de Armstrong, un superviviente de cáncer que nos engañó con su mensaje de esperanza cuando en realidad se dedicaba a propagar la trampa y la mentira. Tampoco me deja muy tranquilo la frase del Senado francés: "Hay dopaje en todos los deportes". Nunca he sido partidario de acusar a otras disciplinas para desviar la atención del verdadero problema del ciclismo, pero si damos credibilidad al Senado en todo aquello que afecta al Tour, sería bastante hipócrita quitar hierro a una afirmación que procede de la misma fuente. El dopaje no sólo va a pedales.