Froome, el ganador esperado
Froome ha ganado el Tour. Con cuantas sospechas se quieran, como corresponden a todo vencedor de una vuelta de tres semanas en la que se imponga con suficiencia. Pero si Froome despertó admiración en la edición del año pasado y dejó la impresión de que no había dado cuanto tenía por ser el lugarteniente de Wiggins, lo que ha hecho en este Tour ha sido responder a las expectativas. Lo ha ganado de cabo a rabo, pese a sus pequeñas crisis, a sus errores y a la falta de equipo en momentos difíciles. Un gran triunfo, porque ha tenido rivales más inquietos de los que tuvo Wiggins; el recorrido ha resultado, además, mucho más exigente. Las tres últimas etapas de montaña han sido duras de verdad. Aunque sobre esto se puede abrir un debate.
Se pone como última etapa de montaña un recorrido corto, nervioso, con seis puertos y la meta a 1.655 metros de altitud, y Froome no recibe ningún ataque. Los movimientos que se registran son para resolver quiénes le acompañarán en el podio. El día anterior, otra etapa tremenda, con los colosos Glandon y la Madelaine de salida, tres puertos más, el último un primera a once kilómetros de la meta, y los siete primeros de la general llegan juntos. Un recorrido tremendo, y nadie lo aprovecha. Seguramente, por falta de fuerzas. Etapas así hay que ponerlas, pero no dejará de ser una pena que nos dejen la impresión de que han sido desperdiciadas. Por eso, los finales cortos y verticales de la Vuelta son una buena apuesta. En un mes la tenemos aquí.